Por Edilson Huérfano Ordoñez/ Candidato a doctor en comunicación Universidad de la Plata / Centro de Investigación Orlando Fals Borda.
Estrategia de victimización y construcción discursiva
En el escenario electoral colombiano, algunos candidatos han recurrido a la denuncia de supuestas “amenazas” de grupos armados como un recurso retórico. Desde la psicología política, este fenómeno se puede entender como un mecanismo de victimización instrumental, donde el sujeto político busca legitimar su relevancia al presentarse como blanco de la violencia.
Ernesto Laclau (2005) plantea que el populismo opera a través de la construcción de significantes vacíos, es decir, símbolos que condensan demandas sociales diversas. En este caso, la figura del amenazado se convierte en un significante vacío que articula la empatía ciudadana, más allá de propuestas programáticas.
- Impacto emocional en la opinión pública
-Ganar visibilidad mediática, instalando su nombre en la agenda pública.
-Convertirse en referente moral, apelando a lo que Elisabeth Noelle-Neumann denominó la “espiral del silencio” (1993): la gente prefiere apoyar lo percibido como víctima antes que correr el riesgo de parecer insensible.
2. La instrumentalización del miedo
En Colombia, donde líderes sociales y defensores de derechos humanos enfrentan amenazas reales y sistemáticas, la banalización de esta condición por parte de algunos candidatos constituye un acto de cinismo político que debilita la respuesta institucional y trivializa la violencia que sí cobra vidas.
3. Consecuencias a largo plazo
Desgaste de credibilidad: cuando la ciudadanía descubre el carácter oportunista de la denuncia, se genera un descrédito irreparable.
Erosión de la solidaridad social: la empatía hacia los verdaderos amenazados se reduce, al confundirse lo real con lo ficticio.
En suma, el fenómeno de las denuncias de amenaza como estrategia electoral refleja la precariedad del sistema político colombiano, donde candidatos sin proyectos sólidos apelan a la lástima en lugar de la propuesta. Como advierte Levitsky y Ziblatt (2018), las democracias se deterioran cuando los actores políticos privilegian la manipulación emocional sobre la competencia programática.
Al final, el victimismo se convierte en un boomerang discursivo: lo que otorga visibilidad momentánea puede transformarse en desprestigio duradero.