La derrota de este viernes 15 de noviembre evidencia esta realidad de la selección masculina de fútbol.


La noticia es que no hubo noticia en la última jornada de eliminatoria: ni con uno de los mejores equipos de los últimos años, en un momento decididamente mejor que el rival o con genios desequilibrantes, fue posible que la Selección Colombia venciera a Uruguay en Montevideo. Ya son 51 años y los años van contando.

La derrota 3-2 fue un duro golpe que va a doler más que otros, no solo por haber fallado en esa misión de espantar un fantasma escondido por los años, sino por las incómodas realidades que se desnudaron en un partido que Colombia no sufría demasiado en su buen primer tiempo, pero mereció perder en la fatalidad del segundo, en el que se cansó de cometer errores hasta que le cobraron y duro. 

Las estrellas se apagaron, los lujos sobraron y al final quedó la deuda de un país que es capaz de producir talentos absolutamente especiales, pero no termina de dotarlos de las armas para competir mano a mano con  potencias, como los políticos del país, solo promesas y desilusiones.  Tres dolorosas lecciones

Falla de líderes

Lo que más duele de reconocer que nuestros mejores hombres suelen fallar en los escenarios más hostiles y los momentos definitivos es tener que tocarlos después de haberlos alabado tanto. Pero no hay crecimiento sin verdad, la gente ya no cree ni en James Rodríguez.

Y esa cruda realidad debe pasar por admitir que Luis Díaz sigue en una incómoda deuda con su equipo nacional que arrastra desde la Copa América y que no fue capaz de sortear en Montevideo, donde no ganó un solo duelo, apenas se impuso en una jugada, no más, lo que es peor, no remató ninguna vez el arco. Y eso que era el capitán…

Para Juan Fernando Quintero el partido duró un tiempo, los primeros 45, pues después de anotar una joya para abrir el marcador apenas si logró compartir con sus compañeros para que lo vieran como opción de pase y salió con amarilla por hacer labores de marca que, como no siente, no se desepeña bien. Reemplazar a James, quien al parecer tendría molestias físicas, siempre fue un saco muy grande a pesar de tanto talento, no es capaz de cumplir esa función.

Ni Durán fue el grande de la Premier League, ni Borré el goleador poderoso del Inter, ni Arias el temible atacante de Fluminense de Brasil, ni Dávinson el de Galatasaray. Algún periodista uruguayo había dicho que los colombianos somos ‘unos muertos’ y que a la hora de ganar no somos capaces. El resumen de Montevideo le da la razón a la prensa de ese país.  

Precisamente ese que tantas veces acertó, que incluso fue criticado por ‘desperdiciar’ los primeros tiempos y replantear de brillante manera en los segundos, esta vez no tuvo suficiente reacción, no fue efectivo.

Su equipo venía de jugar un gran primer tiempo y se había ganado salir tal cual en el segundo, pero pronto se notó que el cansancio hacía mella: Quintero caminaba, Ríos ya no volvía, Díaz no jugaba un buen partido, aún así no reaccionó hasta los 73 minutos.

Pero cuando lo hizo fue cambiar ficha por ficha: James por Quintero, Borré por Durán, ni una idea se cayó, ni una audaz idea como las de antaño para reposicionar a los mismos jugadores pero en distintos roles, nada de la audacia de meter atacantes por marcadores, nada que se saliera del plan y era justo su gran virtud. Más allá de que los jugadores no hubiera ejecutado sus instrucciones, esta vez el DT se opacó por completo.

Lo que más dolió y ojalá duela por un buen tiempo en Colombia es que volvió una incómoda sensación de la final de la Copa América, cuando nos preguntábamos ‘por qué Cuesta no le hizo falta a Lautaro? Pues bien, ahora no entendemos por qué carajos, en el tercer gol de Uruguay, no saltaron los mediocampistas al cuello de los atacantes rivales, el lateral Mojica o el central  Lucumí, todos juntos para evitar que no apareciera tan libre Ugarte, a los 100 minutos, para arruinar la efímera alegría del 2-2 parcial.

¿Qué nos falta? Mentalidad, rigor, concentración, firmeza, ambición, reacción, jerarquía y juego en equipo, son muchos adjetivos juntos que se resumen en la imposibilidad colombiana de entender que un partido solo termina cuando termina y no como la ruidosa prensa colombiana lo plantea, que la intensidad, más cuando se está sumando, es innegociable; que es imperdonable la finta y el adorno cuando se está sumando en una plaza tan hostil como el Centenario… que seguimos mirando con envidia la cabeza fría de los del mar del Plata y la resiliencia de los de Brasil y seguimos ahí, a medio camino entre quien se sabe pleno de talento, y el que sabe cómo dominarlo y ponerlo al servicio de un interés superior. Seguimos, al final, en deuda

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