«La guerra otra vez ‘se devora’ a los niños y jóvenes del Cauca».
Por Francisco Calderón
En el Cauca, nuestros niños, niñas y jóvenes otra vez son llevados a la guerra. Sí, en esta zona del país hay de nuevo una confrontación armada en la gran mayoría de las rurales. Eso es una realidad.
Las disidencias de las Farc, la Segunda Marquetalia y otros grupos armados irregulares se enfrentan ferozmente para controlar territorios, cultivos ilícitos, laboratorios para el procesamiento de cocaína, dominar a las comunidades, controlar rutas, obtener las ganancias de la minería ilegal, en fin, toda una economía bélica que alimenta la violencia, el hambre y la pobreza.
¿Pero quiénes son los que están ahora en este nuevo campo de batalla? Los niños y jóvenes caucanos. En el municipio de Argelia, murieron cuatro integrantes de la Carlos Patiño de las Farc en los combates con otro grupo armado. Dos de ellos eran adolescentes del resguardo de San Lorenzo, Caldono, como bien lo confirmó el Consejo Regional Indígena del Cauca, Cric.
La noticia fue dada como un registro más de la muerte que hay que informar en una región que le apostó enormemente a la paz, pero que ahora se encuentra otra vez atrapada en el horror de la guerra. Los jóvenes terminaron en las filas de esta organización armada, sin tener la posibilidad de desarrollar sus proyectos de vida, de estar con sus familias o de estudiar.
Eran dos muchachos indígenas, me imagino que con aspiraciones, sueños. Seguro en estas dos vidas que se perdieron latía fuertemente la posibilidad de ser unos ingenieros, músicos, empresarios, líderes, padres de familia o buenos ciudadanos. Pero no. La guerra lo truncó todo.
Ahora, y como lo reconocen los dirigentes indígenas de la región, la batalla es rescatar a esta muchachada de esta nueva guerra o la misma que siempre hemos vivido. Evitar cuánto antes que empuñen un fusil como una supuesta forma de vida.
«Buscamos que los niños y jóvenes de nuestras comunidades no terminen reclutados. Los grupos armados forman grupos pequeños, donde alientan a los muchachos a ingresar a esta organizaciones armadas, les cambian los sentimientos para que se vayan a combatir, prometiendoles dinero si ingresan a sus filas», reconocen la dirigencia indígena caucana.
Aunque no hay una cifra concreta de cuántos niños o jóvenes integran estas organizaciones militares irregulares en estos momentos, los datos preliminares son que cada semana entre cinco o siete muchachos terminan estos grupos armados. El fenómeno se registra en municipios como Toribío, Corinto, Jambaló, Caldono, Inzá, Páez-Belalcázar, entre otros.
Un profesor del norte del Cauca, sorprendido, me confesó que fueron pocos los pelados que se graduaron de once, porque la mayoría de sus estudiantes terminaron de ‘raspachines’ o ‘guerros’ en El Tambo o Argelia. «Qué los voy a tramar der ser profesionales, cuando esa economía de guerra les permite a estos muchachos ganarse hasta un millón de pesos semanales, para la moto, la rumba y las nenas», relató el docente.
¿Quién hace algo para evitar esta realidad? El discurso de las autoridades es que todo marcha bien, que ejecutan millonarios recursos en programas sociales, invirtiendo en la juventud, pero tristemente la realidad es otra. Se pierde otra generación de muchachos caucanos.
El tema, al parecer, poco importa, porque no son nuestros hijos. Estamos cómodos porque como padres citadinos podemos «pagar», para que nuestra descendencia estudie, creyendo que esa realidad no nos compete. Pero es una gran equivocación.
La región está de nuevo en el caos de la muerte, de la confrontación y son esos muchachos los protagonistas de esa realidad, porque no logramos crearles otros escenarios para que proyecten sus vidas, lo único que les ofrecemos es un arma, la misma que después trunca nuestra tranquilidad, pero no hacemos nada para que eso esa completamente diferente. Nos quedó grande forjar a los caucanos del futuro.