Así es la violencia simbólica contra el presidente Gustavo Petro y la izquierda colombiana.


Como una radiografía del alma colombiana, el escritor Mauricio García Villegas plasmó en el libro El país de las emociones tristes, que la cultura política en el país ha estado mucho más inclinada hacia los odios, las mentiras y las venganzas, que hacía la compasión, la benevolencia o la civilidad.

La semana que finaliza, altamente violenta contra el Gobierno progresista de Gustavo Petro, es ejemplo de esa afiración del novelista. En menos de ocho días, manifestantes de la extrema derecha quemaron un muñeco con la imagen del presidente, amenazaron públicamente a un congresista petrista, insultaron a otro en presencia de su familia y obligaron a salir de un estadio a Antonella Petro, hija menor del mandatario de los colombianos, en medio de gritos y abucheos. Todas estas agresiones se viralizaron en las redes sociales, el espacio ideal para esa violencia cobarde y simbólica.

La ola de odio políticó de esta semana inició el domingo pasado cuando el senador Inti Asprilla, del Partido Verde y muy cercano al presidente Petro, almorzaba en un restaurante con sus seres queridos. Unos ciudadanos se acercaron y lo insultaron delante de su familia. Asprilla, visiblemente afectado, grabó un video defendiéndose.

El exsecretario de Gobierno de Bogotá, Luis Ernesto Gómez, lamentó lo sucedido: “Cuánto lo siento querido Inti. La intolerancia política en este país ha llegado a unos puntos inaceptables”.

Ese brochazo de intolerancia política, que muchas veces en Colombia se ha convertido en asesinatos como el periodista Garzón, se repitió dos días después.

En la mañana del pasado martes, un grupo personas convocadas por el senador Miguel Uribe Turbay, del partido ultra derechista Centro Democrático, se reunió en frente del Ministerio de Salud para protestar por la reforma a la salud.

En medio de insultos, en pleno centro de Bogotá los manifestantes sacaron un muñeco con el rostro de Petro, lo envolvieron con una bandera de la antigua guerrilla M-19, desmovilizada hace 34 años y a la que perteneció el hoy presidente, y le prendieron fuego.

“Deberíamos darle muerte política y meterle candela a ese guerrillero de mierda”, gritaba furioso un hombre identificado después como Mauricio Martínez Triana, mientras la cara del presidente ardía. “Así es que tiene que estar el guerrillero Gustavo Petro, terrorista”.

El vídeo de la quema se hizo viral en redes sociales, impulsado por figuras políticas de la extrema derecha como Federico Gutiérrez, Alejandro Eder y otros electos alcaldes.  El representante a la Cámara Miguel Polo Polo compartió las imágenes y escribió en su cuenta de X: “¡Gloria a los soldados, plomo a los guerrilleros!”. Petro publicó un mensaje con el video y pidió investigar al hombre responsable: “Miren como construyen el odio. No tenían nada de gente para su plantón. Pero esto debe ser investigado por la justicia y respondido por la movilización popular”, escribió.

Horas después, el ex presidente e investigado Álvaro Uribe, férreo enemigo político de Petro y líder mesiánico del Centro Democrático, se unió a la condena del acto de violencia: “La seriedad del Centro Democrático se pierde y los argumentos se olvidan cuando personas salen a quemar muñecos que imitan al Presidente de la República. Dejan sin autoridad para reclamar seguridad. Cuidado que hemos sufrido promociones semejantes de odio y violencia”.

Horas más tarde, el mismo señor Martínez Triana, quien hace menos de un mes se quemó como candidato a la Asamblea de Santander por el Centro Democrático, entró a la plenaria de la Cámara de Representantes con una pancarta que decía “Petro nos quiere matar”. Se discutía la reforma a la salud.

Cuando el presidente de la Cámara, el liberal petrista Andrés Calle, vio el afiche que ocupaba gran parte de las tribunas del recinto, pidió retirarlo. El joven político, ferviente seguidor de la senadora uribista y rancia dirigente María Fernanda Cabal, respondió con gritos y amenazas a los representantes del petrista Pacto Histórico, en particular a David Racero. Mientras tanto, los representantes de la oposición alentaban y aplaudían a los manifestantes, aludiendo a la libertad de expresión.

Dos días después se dio el partido de Colombia contra Brasil, en el que cientos de personas corearon “Fuera Petro, fuera Petro”, dirigiendo la arenga a un palco. En él no estaba el presidente, sino su hija Antonella, una adolescente de quince años de edad.

La joven tuvo que salir huyendo del estadio en pleno desarrollo del partido ante el ataque verbal. En videos compartidos en redes sociales se ve su rabia y tristeza. Los insultos continuaron mientras ella y su madre Verónica Alcocer caminaban, en un país que asesina una mujer cada día.

Muchos políticos condenaron el hecho. El presidente escribió: “Los ‘valientes’ se enfrentaron con mi hija que es una menor de edad amante del fútbol. Sabemos que eso no lo hizo el pueblo barranquillero que me ha acompañado mayoritariamente en todas mis luchas”.

Roy Barreras, embajador de Colombia en Reino Unido, escribió: “La agresión verbal de unos adultos energúmenos a una niña menor de edad en el estadio por ser hija del presidente es un acto miserable, ruin y violento. Ojalá pidan perdón. Siembran odio y violencia”.

Pero cuál es el origen de estos actos de odio, qué los motiva, ¿qué consecuencias tienen para la democracia?

Mauricio García Villegas, ese escrito que planteó esa frase,  explica  que “las iras de la política que en Colombia nunca faltan” son la emoción que motiva a una persona o a un grupo de personas a quemar la imagen del presidente, grabar el hecho y publicarlo en redes. “A finales del siglo pasado, don Carlos E. Restrepo hablaba de ellas como “nuestros viejos y queridos odios”. Ahí siguen a pesar de los acuerdos de paz, de las leyes y de las instituciones”, dice Villegas.

El pensador colombiano reconoce que el odio y la ira están creciendo y pueden crecer todavía más. “La gran pregunta es qué tanto terreno van a ganar esos odios en la escena política nacional”. Y responde: “Nadie lo sabe porque buena parte de esas iras se producen en las redes sociales, que son muy volátiles, pasajeras e irreflexivas. El hecho es que si crecen, pueden entorpecer aún más las acciones de un Gobierno que cada vez parece enfrentar más problemas en llevar a cabo sus propósitos. Y claro, en Colombia nunca hay que descartar, si crecen mucho esas iras, que se traduzcan en violencia política”.

El investigador del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales IEPRI de la Universidad Nacional, el profesor Fabio López de la Roche,  explica por su parte que Colombia “tiene una tradición muy fuerte de intolerancia, anclada en la historia religiosa”.

López cree que ese sentimiento de no aguantar la opinión del otro se ha exacerbado en los años recientes por “la polarización que han generado tres grandes fenómenos: la seguridad democrática de Álvaro Uribe, el proceso de paz con las Farc de Juan Manuel Santos y la llegada al poder del primer Gobierno de izquierda en cabeza de Gustavo Petro”.

El profesor López, que dirige un programa para desmentir noticias falsas en la televisión pública, coincide con García Villegas en que las redes sociales han agravado la intolerancia. “Allí se genera un ambiente proclive a la descalificación ideológica y moral de quien piensa distinto. Esto ha generado un clima de odio muy fuerte”.

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