“Uribe es quien debería estar aquí”: madres de las víctimas de los mal llamado ‘falsos positivos’.


El cielo que cubría la Plaza de Bolívar, en el ‘corazó’n del centro de la ciudad de Bogotá, estaba gris.

Era un aspecto que posiblemente estaba sincronizado con los testimonios desgarradores de los familiares de 19 jóvenes asesinados por integrantes del Ejército Nacional, quienes después eran presentados como bajas en combates.

Ese aterrador fenómeno, conocido como los “falsos positivos”, pero que en realidad son asesinatos extrajudiciales, porque la prensa criolla es ‘recatada’ a la hora de nombras los horrores que cometieron los militares.

En un atril frente a cámaras, grabadoras y unos 50 invitados especiales, hermanas, madres e hijas clamaron por justicia, tras ser víctimas de este obra criminal.

Ante el recuerdo de sus seres queridos muchas de estas ciudadanas, agrupadas en la asociación Mafapo, se derrumbaron. No es para menos. Llevan alrededor de dos décadas luchando por obtener la verdad y esclarecer cómo y por qué diferentes militares los asesinaron en estado de indefensión para luego, además, acusarlos de ser de la guerrilla de las Farc.

Se trataba, en esta ocasión, de jóvenes llevados a Norte de Santander con mentiras o argucias desde Bogotá y la vecina Soacha. Este acto de excusas es el cumplimiento tardío de una medida ordenada en 2015 por el Tribunal Administrativo de Norte de Santander para que el Estado pidiera perdón.

Después se conocieron los casos. Deiby Julián Pisa 14 años cuando lo mataron integrantes del Ejército en Ocaña. Es el más joven de las 19 víctimas reconocidas en el acto.

Su familia lo recuerda como un muchacho juicioso, disciplinado, que les hacía reír. Su madre recalca que no creen en perdonar a los asesinos. A María Teresa Gil no le alcanzan las excusas. Expresa que los mayores responsables de esa muerte que quebró a su familia son Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe Vélez, quienes eran, respectivamente, el ministro de Defensa y el presidente de la República cuando Deiby Julián fue asesinado por esos militares.

Al igual que ella, valientes mujeres detallaron los casos de Jaime Estiven Valencia Sanabria, Daniel Alexander Martínez, Diego Armando Marín Giraldo, Elkin Gustavo Verano Hernández, Joaquín Castro Vásquez, Jaime Castillo Peña, Víctor Fernando Gómez Romero, Eduardo Garzón Páez, Julián Oviedo Monroy, Carlos Alberto Redondo Pérez, Mario Alexander Arenas Garzón, Diego Alberto Tamayo Garcerá, Jader Andrés Palacio Bustamante, Omar Leonardo Triana Carmona, Óscar Alexander Morales Tejada, Weimar Armando Castro Méndez, Edwar Benjamín Rincón Méndez y Jonás Ariza Barbosa.

Los asistentes, funcionarios de Gobierno encabezados por el ministro de Defensa Iván Velásquez, integrantes de organizaciones sociales y representantes de la comunidad internacional, las escucharon, siempre en silencio.

Se colaban gritos que venían de detrás de las vallas que rodeaban el escenario y la zona de invitados, en los que más personas exigían que se escucharan sus testimonios y poder participar de un acto sin precedentes en la historia colombiana.

Muchos llegaron a acompañar el evento luego de que, apenas horas antes de la cita inicial de las 2:00 de la tarde, el presidente Gustavo Petro anunciara vía X— o Twitter— que él asistiría a las 4:00 y que el encuentro sería público.

Finalmente no se abrió a más asistentes, pero decenas de personas se quedaron, apoyando a las madres, hasta el final de la jornada, que se prolongó hasta pasadas las 9:00 de la noche.

Tras dar sus testimonios, las madres, hermanas e hijas se unieron en el escenario para cantar junto a la artista Diana Ángel y al cantautor César López.

Ninguna dejó de lado las consignas que las identifican: “No están, los mataron”; “No son falsos, ni positivos”, esto último porque llevan años rechazando el popular eufemismo de “falsos positivos”, como se han denominado estos asesinatos, que en términos más precisos son crímenes de Estado.

A pesar de esto, tal designación se ha mantenido, ya sea porque desvía la atención de la muerte y de los responsables, o sea porque se refiere a un tipo de homicidio muy específico, terroríficamente atado a uno de los momentos más crueles y degradados del conflicto colombiano, así como la voluntad de los altos mandos y expresidentes de no aceptar su responsabilidad.

Se detuvieron en sus reclamos solo cuando tomó el micrófono Iván Velásquez, el organizador del acto. El ministro, un defensor de Derechos Humanos de mucha experiencia, inició su discurso mencionando por nombre y apellido a cada uno de los familiares presentes.
Recordó la fatídica fecha en que por primera vez se supo de un asesinato de este tipo en Bogotá: el 21 junio de 2004. Continuó precisando las fechas de esas desapariciones forzadas, repitió los nombres de los 19 jóvenes y exclamó con firmeza.

“Pedimos perdón por estos crímenes que nos avergüenzan ante el mundo. Pedimos disculpas a nombre del Ministerio de Defensa y del Ejército Nacional”. Continúo su reflexión reconociendo la participación de agentes del Estado en los asesinatos y afirmó que son acciones contrarias a las convicciones del Gobierno.

Le siguió un uniformado, el comandante del Ejército Nacional Luis Mauricio Ospina. Su discurso siguió la línea del de Velásquez, pero era patente la incredulidad, incluso el rechazo, entre los asistentes.

Muchas madres, varios huérfanos, se rehusaron incluso a escucharlo. El hijo de Carlos Redondo Pérez, uno de los asesinados, explica que no encuentra una verdad integral por parte del Ejército.

“Es más de lo mismo”, lamenta, en referencia a otros eventos como los que se han realizado en la Comisión de la Verdad o en la Jurisdicción Especial para la Paz. El joven de 24 años tampoco se siente reparado.

De ahí que su única aspiración, cuenta, es volver a ver a su padre vivo. Jugar con él y sus cuatro hermanos, como pudo solo hasta sus seis años, cuando su padre se fue de la casa con promesas de trabajo y no volvió. Un modo de obrar sistemático en estos asesinatos: casi todas las víctimas eran hombres empobrecidos que buscaban oportunidades laborales.

Cuando la jornada parecía llegar a su final con algunas presentaciones artísticas y la caída de la noche, en el auditorio se rumoraba que seguramente Petro, conocido por faltar a algunas citas, no llegaría.

Un par de horas antes había publicado en sus redes sociales fotos de la presentación de su política de drogas en El Tambo, Cauca. Aun así, las mujeres de Mafapo no perdían la esperanza de escuchar una petición de excusas de boca del jefe de Estado.

Fiel a sus horarios sorpresa, cerrando la noche, el mandatario arribó al acto pasadas las 8:00 de la noche. “El que oculta es gran culpable como el que dispara. Tenemos que lograr que la verdad salga a relucir”, dijo.

Después se refirió a la frase que ha usado el exmandatario Uribe contra Mafapo: “Estas madres son nuestras madres, las madres de la patria, las madres que quisieron silenciar, a las que tildaron de locas”.

Continúo con un discurso que abarcó la colonización española o la situación de los indígenas en 1810, al inicio de las guerras de la Independencia. Cerró con la tan anhelada frase: “Como presidente de la República de Colombia, de este que es un gobierno popular, me permito pedirles perdón, madres”.

Las mujeres estuvieron atentas hasta el cierre, pese a una larga jornada cargada de lágrimas y dolor en la que revivieron la infamia y recordaron a sus hijos, hermanos y esposos. Aun así, con la fuerza y resistencia que han cultivado en los años desde que unos militares les cambiaron la vida, fueron tajantes en pedir un esclarecimiento a fondo de estos crímenes de Estado.

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